Había sido decisión del nuevo gerente, y nadie se atrevió a ponerla en duda. A algunos les pareció del todo inapropiada, excesiva probablemente, pero necesaria viendo el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Las molestias y ruidos eran exagerados, y ni los avisos o las buenas palabras del personal conseguían entregar el mensaje. El montaje era definitivo, anclando la estructura al suelo con enormes pernos que agujereaban el opulento mármol. Sólo quedaba esperar la reacción del público.
El entusiasmo corrió como la pólvora por todos los despachos, mirando el reloj cada pocos minutos para comprobar cuánto faltaba para la apertura de puertas. Nadie quería perderse la cara de los espectadores al entrar en el auditorio y encontrarse el montaje que habían colocado para ellos. A las siete menos cuarto, por fin, las grandes cristaleras de la entrada del edificio se abrieron y las primeras personas accedieron al recinto.
El cambio llamó la atención del público nada más entrar, y es que era más que evidente: donde antes sólo había un amplio foyer de entrada que daba a las escaleras, ahora una plataforma soportaba el peso de tres enormes jaulas de hierro, dos cepos de manos y pies otros dos de dedos. Todo nuevo y perfectamente alineado pero sin perder su toque aterrador. Arriba, en la barandilla del segundo piso, el personal de oficinas sonreía viendo el espectáculo.
Las caras al principio eran de incredulidad. Las señoronas hacían grandes aspavientos mientras que sus maridos se acercaban al jefe de sala pidiéndole explicaciones. Esto es un insulto, quiénes se creen ustedes que son, voy a poner una reclamación y otras lindezas por el estilo. Todos muy afectados haciendo gala de su indignación. Sin embargo la cosa no duró demasiado, pues al acercarse a la plataforma pudieron ver los cartelitos que había colgados sobre cada cepo, sobre cada celda.
Reservada para el señor del móvil, podía leerse sobre una de las jaulas. Tosa aquí sin un pañuelo en la boca, no dentro de la sala, en otra. Butaca especial para la señora del caramelo, aparecía en uno de los cepos. La placa que más gracia hizo al gerente del auditorio fue la que estaba colocada a los pies de un cepo de dedos que decía Yo aplaudí tras el tercer movimiento de la sexta sinfonía de Chaikovski. Tras leer los cartelitos, lo que en principio habían sido quejas y agitación se transformó en carraspeos nerviosos y ruborizada calma.
Nada más empezar el concierto, un móvil sonó obligando a los acomodadores a tomar por los hombros al dueño del mismo y sacarlo por la fuerza de la sala para encerrarlo en una de las jaulas. Nadie supo que el infractor en cuestión era un trabajador de la casa, y que todo era una pantomima para mostrar al público que el gerente del auditorio iba en serio. Tras esa primera interrupción, por primera vez en muchos años en el concierto de esa tarde no se oyó ni un solo móvil. Ningún caramelo se desenvolvió de forma lenta y molesta en un pianissimo. Nadie tosió sin cubrirse la boca con un pañuelo para amortiguar el sonido.
El mensaje se había comprendido a la perfección.
Foto de portada: ©Ichigo121212
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